Querido Juan:
Hoy no estarás en tu centro de trabajo, Ikasbide, como todos los días tratando de controlar que el periódico “Hitza” llegue a las manos de niños y profesores, ni buscarás entre sus páginas algo que nos pueda interesar para la biblioteca del centro. Tampoco apuntarás los libros que se lleven los niños, ni les leerás, ni charlarás con ellos…
Tampoco volverás a visitarme para contarme tus cosas, preguntarme qué tal me va y darme ánimos. Ni tomaremos un “cafelito” a media mañana. Bueno, a decir verdad, tú prefieres un chocolate dulce, dulce y muy calentito.
Te has ido repentinamente, casi sin avisar, ni siquiera a tu querida esposa de que emprendías “el viaje”. Pero, una vez alcanzado tu destino definitivo, ya no necesitarás las muletas y andarás ligero, por el aire, por el infinito…
Lo único que me consuela es que, ahora, estarás en un lugar sin miedo, sin frío, sin operaciones, sin dolor, sin amargura…Ya no envidiarás a la gente que veías andar sin tener que pensar dos veces el iniciar el movimiento.
Y eso será lo que consuele también a tu padre, a tu esposa, a tus hijos, a tus amigos y compañeros…
Hasta siempre, Juan; que recibas toda la gloria y la felicidad que la vida niega siempre a los hombres buenos, porque eso es lo que eras tú: un hombre bueno.
Siempre estarás en mi corazón.